lunes, 6 de febrero de 2012

Las “ARMAS SECRETAS” de Hitler


Las “ARMAS SECRETAS” de Hitler

La Historia que me dispongo a contar parte de ciertas experiencias a las cuales asistí hace 40 años y que tuvieron lugar aún se encontraba en curso la guerra mundial- fueron definidas por muchos, apresuradamente, de fantasías. En un primer momento las consideraron fantasías, a decir verdad, también los servicios secretos estadounidenses, ingleses y franceses los cuales, sin embargo, debieron volver sobre sus pasos y tratar con todos los medios a su disposición, de colocarse a buen recaudo.


Estoy hablando de las armas secretas alemanas a las cuales se encuentra estrechamente ligado el nombre, o mejor dicho, el genio de Wernher von Braun, al cual me ligó, durante años, una amistad fraterna. En concreto, desde 1944 hasta su muerte.
Que Alemania hacia el final del conflicto, dispusiese de un arsenal de armas que, con relación a las que normalmente usaban sus enemigos por estructura y potencia desafiaban la fantasía, es un hecho reconocido fuera ya de toda discusión.
Con el fin de la guerra, el mito de estas armas terminó o, cuanto menos fue archivado especialmente por quienes ante el primer anuncio del empleo de medios capaces de revolucionar la técnica bélica, se mostraron incrédulos y atribuyeron la sensacional declaración al cerebro, siempre en fermento, de aquel brujo de la propaganda alemana que fue el ministro Goebbels. Pero la capitulación de Alemania, con la desaparición de las pesadillas que en los últimos meses habían empujado a los Estados Mayores aliados a forzar las defensas germánicas con un amplísimo empleo de hombre y de medios, abrió el camino a la verdad y la historia de las armas secretas se convirtió en una nueva rama de la ciencia militar al cual se aplicaron de inmediato, y con extremo interés estadounidenses, ingleses y rusos.
En 1945, al anunciar oficialmente la victoria, Churchill dijo: “Los descubrimientos recientemente llevados a cabo por nosotros en territorio alemán, francés y holandés, muestran como el derrumbe del enemigo libró a Gran Bretaña del peligro, gravísimo, no sólo de los torpedos volantes y de los proyectiles cohetes, sino también de las baterías múltiples de gran radio que estaban a punto de ser instaladas contra Londres. Los Ejércitos aliados aplastaron la víbora en su nido, justo a tiempo. Los alemanes estaban, además alistando una nueva flota de sumergibles a inmersión continua y estudiando una nueva táctica que, materializada, habría podido llevar la guerra submarina a un grado equiparable a los peores días de 1942”.
A esta autorizada voz se unieron otras muchas llegándose a la publicación de un verdadero y propio catálogo de aquello que los científicos alemanes estaban aprontando para la Wehrmacht, cuando ya había comenzado su agonía. El coronel D.L. Putt, del Mando de las Fuerzas Armadas estadounidenses destacadas en los territorios ocupados, no fue menos explícito que Churchill al comentar la conclusión de las operaciones. “Sólo unas pocas semanas más -dijo- y los alemanes habrían puesto en funcionamiento un arma resolutiva, acoplando la V-2 a la bomba atómica de la que poseían dos ejemplares”. Y después, el jefe supremo de las tropas de invasión, general Eisenhower, en su libro “Cruzada en Europa“, escribió: Si el enemigo hubiese podido ultimar la producción de sus nuevas armas seis meses antes y usarlas en masa, nuestro desembarco habría sido seriamente obstaculizado, sino convertido en imposible. Estoy convencido que con el empleo de tales medios, los alemanes habrían podido hacer fracasar nuestra operación “Overlord”.
Las palabras de Eisenhower encontraron eco en una publicación de la Universidad de Chicago titulada “El arma aérea de la SGM”, en la que se lee: Para los aliados la operación “Overlord” se resolvió afortunadamente. Pero en los últimos meses los alemanes habrían podido cambiar el curso de la guerra.
Tras una primera oleada de revelaciones clamorosas, como he dicho, volvió el silencio. Fue la aparición de los primeros platillos volantes lo que reavivó el recuerdo de las armas secretas alemanas y relacionó el misterio de aquellas inalcanzables y velocísimas máquinas a lo que Alemania produjo cuando se encontraba en las últimas. ¿Había o no algo de verdad en todo esto? Lo veremos de inmediato.
LAS DUDAS DE MUSSOLINI
Sobre la existencia o no de nuevos destructores ingenios con los cuales el III Reich se aprestaba a revolucionar el arte bélico conocido hasta entonces, se hablaba mucho, pero sin datos precisos, dado que en la materia los alemanes eran muy avaros de información, incluso con sus aliados y en particular con los italianos. Mussolini estaba ansioso de saber pero cada vez que afrontaba el argumento se le respondía con un muro de circunspección. De las armas secretas, Hitler y Mussolini hablaron por vez primera durante un encuentro que celebraron en abril de 1944 en las cercanías de Salzburgo, en el castillo de Klessheim, construido por Hildebrand, padre del barroco austriaco, que había pertenecido al hermano del emperador Francisco José y que fue residencia estival de los obispos salzburgueses. El encuentro duró tres días. Con Mussolini se encontraba el mariscal Rodolfo Graziani, mientras que a Hitler le acompañaba Von Ribbentrop, Keitel, Dollman y el embajador Rhan.
Mussolini llegó de Italia en tren: Graziani en automóvil. El convoy especial que llevaba al duce se detuvo en vía muerta. El führer esperaba a su huésped en la estación. Utilizando automóviles, el grupo de personalidades alcanzó el castillo en el que se hospedaron sólo Mussolini y Graziani, mientras que los demás ocuparon un palacete en el parque, que fue residencia del archiduque Pedro Fernando. El primer coloquio, de alrededor de una hora, sirvió a Hitler para trazar un panorama de la situación general, política y militar. Fue un soliloquio en el curso del cual el jefe del III Reich vertió sobre los presentes un torrente de impresiones y de declaraciones, tocadas de un ligero optimismo. En aquella época, Hitler se encontraba fatigado, deciase que perdía la vista rápidamente y, desde luego, se notó que caminaba inseguro, seguido de continuo por su médico personal. Durante las discusiones estuvo, sin embargo, vivacísimo y agresivo. Afirmó que la conclusión de la guerra sería sin duda victoriosa porque el inmediato empleo de nuevas armas desharía los planes enemigos.
Paseando por la estancia, mientras Mussolini, sentado en un sillón lo miraba intensamente, ansioso de saber la verdad, dijo: “…tenemos aeroplanos a reacción, tenemos submarinos no interceptables, artillería y carros colosales, sistemas de visión nocturna, cohetes de potencia excepcional y una bomba cuyo efecto asombrara al mundo. Todo esto se acumula en nuestros talleres subterráneos con rapidez sorprendente. El enemigo lo sabe, nos golpea, nos destruye, pero a su destrucción responderemos con el huracán y sin necesidad de recurrir a la guerra bacteriológica para la cual nos encontramos igualmente a punto”. Con las manos a la espalda, la cabeza baja, medía en largo y ancho la sala que resonaba a sus pasos. En un momento dado se detuvo y, dirigiendo sus ojos enrojecidos sobre sus huéspedes, añadió: “No hay una sola de mis palabras que no tenga el sufragio de la verdad. ¡Veréis! ”.
Mussolini regresó a Gargnaro, sobre el lago de Garda, donde tenía su residencia algo más tranquilizado, pero con evidentes deseos de saber más.
En el otoño de 1944 fui llamado a la villa de Orsoline, que se encontraba poco distante de la villa Feltrinelli, en la cual el jefe de la República Social habitaba con su familia y allí el duce me dio el encargo de viajar a Alemania para ver, me dijo: ...más de cuanto se me ha dicho en Klessheim donde sólo obtuve informaciones genéricas. Comprendo las reservas del “führer” pero al menos yo debería disponer de informaciones más precisas. Le confío, pues, un encargo delicadísimo para el cual le he preparado algunas cartas credenciales. A su regreso venga a darme cuentas. Las cartas eran una para Goebbels y otra para Hitler.



gracias y posteen.

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